Mujer Madrid
¿Qué les pasa a las mujeres en Madrid?
¿No se dan cuenta que andar como andan
constituye delito y pena capital?
¿fingen demencia o no se dan cuenta?
Que a su paso dejan tarados a más de uno.
Y es que torcerle el cuello
a los pobres hombres voyeuristas
no es bueno en ninguna sociedad.
¡Ay mujer pecado!
dime que hago,
pero, de veras, dime.
Si la soberbia se instituye en tus caderas
y eso, a la larga sólo fomenta la gula del mendigo,
es decir, me ahogo en el delirio
de verte venir, ufana,
certera de tu violenta belleza.
Eres todo menos piedad,
mirad, yo quisiera acariciarte el sueño,
penetrarte con todos mis miedos
para que juntos nos espantemos
los fantasmas del deseo,
pero cómo le voy ha hacer
si no me prestas ni la mirada
y así como venís, te vas.
¡Ay, mujer Madrid!
qué no te das cuenta que con el simple
e irrestricto acto de salir y ponerte a caminar
un día de estos, de ti, me voy a enamorar.
Y no es que quiera tenerte guardadita
como muñeca de porcelana en su vitrina,
lo que pasa es que tú rompiste el vitral del arquetipo,
o lo inauguraste, no sé.
Pero tanta hermosura es delirante.
Delirante, sí, de esas cosas
que lo ponen a uno como loco;
y si tu insistes en esos actos delictivos,
como esos de andar caminando por la Gran Vía,
armada hasta los dientes de hermosura
yo, te lo juro, me vuelvo loco
y no respondo de mis actos.
Puede que la cordura me abandone
y me atreva a ultrajarte los suspiros,
te ponga en mi mira a distancia
y te observe por segundos;
y hasta te piense voluptuosa.
Porque ya sin cordura
soy capaz de asirme al viento que respiras
para que me respires
y no pueda salirme mas
que en una bocanada de humo.
Y en casos extremos,
puede que me haga justicia por mi propia mano,
más bien, por mi propia boca
y así, le hurte un beso a tus labios ladrones,
siempre, con la amenaza de quedarme ahí, eterno.
Majarid, madre de las aguas,
yo sé que decirte guapa es ofenderte,
insinuar que estás buena subestimarte,
pero ya se me agotaron los adjetivos
y tu sigues ahí, sin verme.
¿No se dan cuenta que andar como andan
constituye delito y pena capital?
¿fingen demencia o no se dan cuenta?
Que a su paso dejan tarados a más de uno.
Y es que torcerle el cuello
a los pobres hombres voyeuristas
no es bueno en ninguna sociedad.
¡Ay mujer pecado!
dime que hago,
pero, de veras, dime.
Si la soberbia se instituye en tus caderas
y eso, a la larga sólo fomenta la gula del mendigo,
es decir, me ahogo en el delirio
de verte venir, ufana,
certera de tu violenta belleza.
Eres todo menos piedad,
mirad, yo quisiera acariciarte el sueño,
penetrarte con todos mis miedos
para que juntos nos espantemos
los fantasmas del deseo,
pero cómo le voy ha hacer
si no me prestas ni la mirada
y así como venís, te vas.
¡Ay, mujer Madrid!
qué no te das cuenta que con el simple
e irrestricto acto de salir y ponerte a caminar
un día de estos, de ti, me voy a enamorar.
Y no es que quiera tenerte guardadita
como muñeca de porcelana en su vitrina,
lo que pasa es que tú rompiste el vitral del arquetipo,
o lo inauguraste, no sé.
Pero tanta hermosura es delirante.
Delirante, sí, de esas cosas
que lo ponen a uno como loco;
y si tu insistes en esos actos delictivos,
como esos de andar caminando por la Gran Vía,
armada hasta los dientes de hermosura
yo, te lo juro, me vuelvo loco
y no respondo de mis actos.
Puede que la cordura me abandone
y me atreva a ultrajarte los suspiros,
te ponga en mi mira a distancia
y te observe por segundos;
y hasta te piense voluptuosa.
Porque ya sin cordura
soy capaz de asirme al viento que respiras
para que me respires
y no pueda salirme mas
que en una bocanada de humo.
Y en casos extremos,
puede que me haga justicia por mi propia mano,
más bien, por mi propia boca
y así, le hurte un beso a tus labios ladrones,
siempre, con la amenaza de quedarme ahí, eterno.
Majarid, madre de las aguas,
yo sé que decirte guapa es ofenderte,
insinuar que estás buena subestimarte,
pero ya se me agotaron los adjetivos
y tu sigues ahí, sin verme.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home